Alguna mente distraída podría pensar que la ciencia y el arte están en las antípodas, que mientras la primera es pura disciplina y razón, el segundo es toda emoción y sentimientos. Pero ¿qué sería de la ciencia sin pasiones y qué sería del arte sin intelecto? Más aún, hay varias características -el ingenio para sortear problemas, la creatividad y la inspiración como punto de partida, el trabajo en equipo- que atraviesan a ambas.
Tal vez, parte de este entrecruzamiento tan enriquecedor de ambos mundos sea lo que explique que un espacio del XXXVI Congreso de la Sociedad Argentina de Neurociencias (SAN) se haya destinado para charlar sobre NeuroCine. En particular, se debatió sobre la película El hijo de la novia, dirigida por Juan José Campanella y a 20 años de su estreno. La mesa tuvo como invitados de lujo a uno de los guionistas de la cinta, Fernando Castets, y al periodista especializado y productor de cine Axel Kutchevasky.
“Con esta propuesta, nos interesaba mostrar, entre otros aspectos, que la ciencia sale del laboratorio todo el tiempo, que estamos conectados con el mundo. La vida del científico no se centra, solamente, en aspectos científicos”, destaca el Dr. Juan Ferrario, integrante de la Comisión Directiva de la SAN y moderador de la charla, que también contó con la colaboración de la investigadora María Elena Avale.
La película analizada y comentada narra la historia de Rafael Belvedere (Ricardo Darín), cuya madre (Norma Aleandro) padece Alzheimer. Si bien el eje principal de la obra no es la enfermedad en sí, ni tampoco la ciencia, para Ferrario lo interesante de esta propuesta era la posibilidad de dialogar con expertos en otros saberes y visiones.
“La enfermedad, en la trama, es un aspecto secundario en la historia central. Pero es muy enriquecedor debatir sobre cómo los cineastas toman los aspectos científicos, con qué rigurosidad, con qué interés. Y es importante porque la ciencia está presente en todos lados y en muchísimas grandes obras de arte, tanto del cine como la literatura, que lo precedió en la incursión en estos temas”, analiza Ferrario, quien es investigador del CONICET.
Entre lo verosímil y lo real
Al inicio de la charla, Avale comentó que el personaje de Norma Aleandro presenta cuatro rasgos distintivos muy característicos entre quienes padecen Alzheimer: desorientación espaciotemporal, pérdida del control de la corteza prefrontal (lo que le genera mayor desinhibición), falta de memoria a corto plazo, pero buena memoria para recordar una poesía antigua.
“Más allá de la pérdida de la memoria, también destacó el aspecto de los sentimientos y las emociones de los pacientes. “El cerebro mantiene lo que la naturaleza seleccionó en nosotros, y también en animales: la recompensa que da sentirse amado y sentir amor. Por eso es tan importante conectar y estar presente con los pacientes”, destacó Avale.
Consultado por cómo fue esa construcción del personaje, Castets explicó que la mayor referente fue la madre de Campanella, paciente de Alzheimer. “Al basarnos en ella, no hay nada que no sea cierto, que no haya pasado. La construcción de la ficción pasa un poco por ese lugar, por tomar un montón de datos reales y transformarlos en ficcionales. Es a partir de esos recursos donde se puede establecer una conexión emocional con el espectador”, comentó el guionista.
En ese sentido, Kutchevasky destacó que, en el cine, “lo realista no es importante”. “Lo importante, en todo caso, es a lo que vos le crees, qué aspectos tienen vida propia y qué circunstancias está atravesando un personaje que vos le crees. Y todo eso se aplica a El hijo de la novia: si los vínculos no estaban bien escritos, si el padecer de la paciente no estaba bien detallado y las dinámicas no eran sólidas, el resultado iba a ser tan inverosímil como una película de extraterrestres”, reflexionó.
Los invitados analizaron también cómo, desde el lado de productores de contenido, se toma la decisión de apegarse estrictamente a lo verídico y a la ciencia y cómo, en algunas situaciones, se decide romper con esa lógica, en función de otros objetivos. “Es el caso de las películas de ciencia-ficción ambientadas en el espacio, donde todos sabemos que no hay ruido por el vacío y, sin embargo, las naves hacen ruido. Y a los espectadores eso les gusta, si no hubiera ruido, se quejarían! Si se respeta demasiado lo técnicamente correcto, la escena de la destrucción de la Estrella de la Muerte, en Star Wars, hubiera sido completamente distinta”, ejemplificó Castets.
Retomando con la película argentina, el reconocido productor profundizó sobre por qué no sólo fue importante la bibliografía utilizada para el film, sino, también, las experiencias individuales. “El cine tiene eso también de elegir un punto de vista, que requiere lo emotivo. No es el mero caso frío y nada más. Es el caso de un personaje, Rafael, frente a la enfermedad de su mamá. De no ser así, termina siendo algo demasiado documental”, agregó.
Respecto a la enfermedad en sí, Castets también apeló a casos personales para abordar la complejidad del cuadro. “Hay grandes misterios en torno al Alzheimer. Lo que le pasa a Tony Bennet, por ejemplo, que no reconoce a su esposa de tantos años, ni a sus músicos, pero de pronto le tocan dos o tres acordes y empieza a cantar la canción completa. También lo veo con mi mamá, llamándome tres veces al día en mi cumpleaños, pero, cuando voy por la calle con ella, saluda con nombre y apellido a muchísimas personas. Es realmente complejo”, comentó.
Para Kutchevasky, en relación justamente a la memoria y al tiempo, el cine es una batalla contra el paso de este último. “El séptimo arte es la manipulación del tiempo y espacio, en primer lugar. Pero, además, tiende a construir de manera colectiva, a través del tiempo. Nos sentamos a ver Casablanca y no nos damos cuenta de que todos los que están ahí están muertos desde hace décadas. Entonces, todos tenemos fecha de vencimiento, pero el cine nos hace ilusionar que no. Que nuestros sentimientos, vínculos, pueden extenderse más allá de la vida física. Por eso es que, para mí, la inmortalidad es el cine”, concluyó el productor.