Un equipo de investigación de la Universidad Nacional de Córdoba y del CONICET evaluaron los impactos del aislamiento social por la pandemia sobre la salud mental. El Dr. Juan Carlos Godoy y la Dra. Cecilia López Steinmetz, a cargo del proyecto, destacan la necesidad de generar una sólida línea de base sobre este tema y continuar evaluando la salud mental de la sociedad argentina más allá de la pandemia.
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Si una persona busca en Internet “efectos COVID-19”, aparecerá una lista de síntomas y afecciones físicas relacionadas al virus. Sin embargo, rara vez encontrará datos concretos sobre cómo las medidas sanitarias de prevención que aplicaron los gobiernos para frenar el avance de la pandemia afectaron, también, la salud mental de las personas.
En Argentina, el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio dejó su marca y un equipo de investigadores, estudió cuáles fueron sus efectos en la salud mental de distintos segmentos de la población. Las investigaciones fueron conducidas por la Dra. Cecilia López Steinmetz y el Dr. Juan Carlos Godoy, quienes trabajan en el Laboratorio de Psicología del Instituto de Investigaciones Psicológicas (IIPsi) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y del CONICET (IIPsi-UNC-CONICET). Además, participaron profesionales de otras unidades académicas de Argentina y del exterior.
Godoy señala que “La pandemia fue como una lupa que ha magnificado los problemas estructurales que venimos teniendo en términos de salud mental en el mundo y en Argentina. Mediante encuestas on-line, y con diseños de investigación transversales y longitudinales, estudiamos muestras de población general, mujeres, estudiantes universitarios y trabajadores de la salud de diferentes regiones del país”.
“Pudimos evaluar indicadores generales y específicos del estado de salud mental como, por ejemplo, nivel de depresión, riesgo de suicidio, ansiedad, estrés, impulsividad, consumo de alcohol y sus consecuencias, y antecedentes de algunos trastornos mentales”, indica el doctor en Psicología.
Para el estudio sobre la población general, el análisis fue transversal, es decir, se examinó a esa muestra durante las sucesivas extensiones de la cuarentena. “En ese período -detalla Godoy-, a medida que pasaban las fases de la cuarentena, en las comparaciones entre grupos, se percibía un patrón de empeoramiento en cuanto a la depresión. La ansiedad, al igual que el riesgo de suicidio, siguió parcialmente ese patrón, con puntuaciones medias que aumentaban en la segunda y tercera extensión de cuarentena, pero que luego se mantuvieron estables en las siguientes etapas”.
En el caso de las mujeres, los indicadores generales fueron significativamente peores durante los subperíodos de cuarentena más largos. “Ser más joven, tener antecedentes de trastornos mentales y las duraciones de cuarentena más prolongadas se asociaron con un empeoramiento del estado de salud mental. En tanto, la ausencia de intentos de suicidio previos tuvo un efecto protector”, señala el especialista en Neurociencias y Psicología Cognitiva.
Este escenario se replicó en el estudio sobre estudiantes de grado y, nuevamente, se halló que las mujeres estaban más deprimidas y ansiosas. “En particular -puntualiza- las mujeres jóvenes y con antecedentes de trastornos mentales y comportamiento suicida, se vieron más afectadas bajo condiciones de cuarentena restrictivas obligatorias.”
Por su parte, uno de los estudios longitudinales reveló que tener antecedentes de comportamiento suicida predijo significativamente una peor salud mental en estudiantes universitarios con y sin antecedentes de trastornos mentales. “El empeoramiento de la salud mental ocurrió durante las fases de cuarentena más breves y más restrictivas, mientras que algunas de las remisiones ocurrieron durante las más largas, pero menos restrictivas”, destaca Godoy.
Por último, en otro estudio longitudinal, evaluaron al personal de salud, a quienes, además de los indicadores generales y específicos, se le sumaron preguntas sobre el contagio por COVID-19 y su autoevaluación en su función laboral. “Se observó un empeoramiento significativo en la salud mental de los trabajadores que expresaron incertidumbre por estar infectados y un deterioro general en el desempeño laboral a lo largo del tiempo”, asegura el investigador del CONICET.
“Desde la primera medición hasta el seguimiento a los cuatro meses, más trabajadores de la salud presentaron indicadores generales vinculados con trastornos mentales comunes (40 por ciento vs 45,57 por ciento) y depresión y/o ansiedad (52,46 por ciento vs 62,62 por ciento). Asimismo, hubo interacciones significativas entre tener algún antecedente de trastorno mental y la preocupación por la infección por COVID-19, las cuales influyeron en un peor estado de salud mental”, puntualiza.
“En conjunto -resume Godoy-, nuestras investigaciones subrayan la necesidad de promover la investigación sistemática sobre diversos aspectos de la salud mental, integrando aportes de la psicología y las neurociencias. Además, es importante favorecer el desarrollo de mejores marcadores diagnósticos de los trastornos mentales. Por ejemplo, dando relevancia a la investigación en el campo de los biomarcadores del estrés y enfermedades relacionadas”.
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Una problemática que requiere atención
Si bien hace unos años que la importancia de la salud mental está tomando fuerza en las agendas políticas y mediáticas, hasta el momento nunca se realizó un relevamiento a nivel nacional, y sostenido en el tiempo, para evaluar el estado general de la población. Para Godoy, recabar este tipo de información resulta crucial y es una deuda que tiene que ser saldada.
“Necesitamos tener una línea de base para conocer el estado general de la salud mental de las y los argentinos en todas las etapas del desarrollo: niños y niñas, adolescentes, adultos y adultos mayores”, asegura Godoy, a la vez que plantea que “Argentina no se puede dar el lujo de no tener esta información, porque es fundamental a la hora de pensar y diagramar políticas públicas efectivas para todos los niveles de gobierno”.
Para el investigador, en el país existen dos paradojas en relación a este tema. “En primer lugar, -destaca-, Argentina es uno de los pocos países que tiene una Ley Nacional de Salud Mental y una Dirección Nacional de Salud Mental y Adicciones funcionando, pero que aún no logra aunar voluntades con el sector académico de las universidades y del CONICET para sistematizar y sostener esos esfuerzos”.
“En segundo lugar, puertas para afuera, nuestro país está considerado como una sociedad “psi” por la fuerte presencia del Psicoanálisis, algo muy presente en nuestra cultura, pero puertas adentro, el ciudadano promedio aún encuentra mucha dificultad para abrirse sobre lo que le ocurre en términos de salud mental”, analiza el doctor en Psicología.
En línea con esta idea, Godoy plantea que “todavía hay mucho tabú sobre el consumo de sustancias, la ansiedad, el malestar general, el estrés y la depresión, pero más aún con temas como el suicidio, que están escondidos debajo de una alfombra, totalmente invisibilizados”. El investigador espera que “el lema que pide que la salud mental también sea considerada parte de la salud general, se haga más presente y se pueda hablar abiertamente de estos problemas que afectan a muchísimas personas”.
“Los desafíos ahora son seguir evaluando el impacto que ha tenido este año y medio la pandemia y ver qué secuelas dejó esta última, sobre todo en las poblaciones que son más vulnerables, como es el caso de los adolescentes y los adultos mayores”, concluye el especialista.