Durante el Congreso 2021 de la SAN, se desarrolló un simposio que buscó visibilizar el trabajo que se realiza desde el área de neurociencias para poder conocer más sobre este grupo de enfermedades que, en el mundo, afecta a unas 300 millones de personas. Desde la ciencia básica o terapéutica, la investigación clínica o los movimientos sociales, la búsqueda de respuestas ante la falta de información certera no cesa.
Actualmente, si una patología tiene una prevalencia menor a uno entre dos mil personas, es considerada una Enfermedad Poco Frecuente (EPOF). Lo paradójico de estos casos es que, si bien cada una por sí sola no afecta a muchas personas, en su conjunto, su nombre no le hace justicia, ya que impactan en la salud de más de 300 millones de personas. En particular, en Argentina, el Ministerio de Salud de la Nación registró que en 2019 había 5.888 patologías de este tipo y unos 3 millones de argentinos que las padecen.
A raíz de la baja prevalencia que cada enfermedad tiene por sí sola, la ciencia y la medicina optaron por centrar sus esfuerzos en otras patologías y las EPOF quedaron de lado. “Se trata de enfermedades desatendidas y poco conocidas para la mayoría de los profesionales de la salud. Esta falta de información que hay en el campo médico también se replica en la investigación: conocemos poco porque históricamente no se han investigado en profundidad”, explica el doctor Juan Ferrario, investigador de la Universidad de Buenos Aires y el CONICET.
“Afortunadamente -continúa Ferrario-, en las últimas décadas el volumen de las investigaciones ha superado todos los estudios precedentes en la historia de la humanidad, dato que resulta alucinante. Sin embargo, todavía queda mucho trabajo por delante para promover la investigación en esta área. Con el objetivo de visualizar lo que se viene haciendo desde las neurociencias, en el Congreso 2021 de la Sociedad Argentina de Neurociencias (SAN), se propuso un simposio titulado ‘Atendiendo lo desatendido: enfocando en las Enfermedades Poco Frecuentes’”.
Este espacio organizado por el Dr. Ferrario y la Dra. Patricia Setton, también investigadora de la Universidad de Buenos Aires y del CONICET, contó con las exposiciones de la Dra. Sarah Guthrie, investigadora de la Universidad de Sussex; la Dra. Derrralynn Hushes, de la Universidad de College London; la Dra. Paula Rozenfeld, del CONICET y la Universidad Nacional de La Plata; y la Dra. Romina Armando, del Ministerio de Salud de la Nación.
Según asegura el especialista en neurociencias, muchos pacientes se suelen organizar con sus familiares para promover investigaciones como las de estas científicas. “Para subsanar la falta de información que hay sobre estas enfermedades en la comunidad médica, primero es necesario apuntalar las investigaciones que se realizan sobre el tema”, agrega Ferrario.
Si estas investigaciones no van ganando terreno en el mundo científico, los pacientes que sufren EPOF no podrán encontrar una respuesta rápida y eficaz a la patología que los afecta. Para la doctora Rozenfeld, investigadora abocada al estudio de enfermedades lisosomales, hace diez años hubo un hito que representó un gran salto en esta lucha: la sanción de la Ley Nacional 26.689. “El primer objetivo que se plantea -señala-, es el de promover el acceso al cuidado de la salud de las personas con EPOF, incluyendo las acciones destinadas a la detección precoz, diagnóstico, tratamiento y recuperación”.
“Si bien existe la ley, y es un avance, queda mucho por hacer en su reglamentación. Los pacientes que sufren EPOF están subdiagnosticados o tienen diagnósticos erróneos. Incluso aquellos que tienen un veredicto preciso, han debido pasar la ‘odisea diagnóstica’: un peregrinaje que, durante muchos años, los lleva a visitar a diferentes especialistas y realizar estudios de laboratorio o clínicos hasta que, con suerte, llegan a una resolución certera. Existe poco conocimiento en la comunidad médica de estas enfermedades y pocos profesionales que se dediquen a ellos”, remarca la investigadora de la UNLP y el CONICET.
Cuando la ciencia básica se empieza a aplicar
En muchos casos la investigación sobre EPOF llega por una fusión, es decir, equipos de investigación que venían trabajando en un tema y, luego, aparecía una relación de esos estudios con una enfermedad poco frecuente. Tal es el caso de una de las líneas de estudio expuestas en el Congreso de la SAN por la Dra. Sarah Guthrie, docente de la Universidad de Sussex, que trabajó en ese proyecto con el Dr. Ferrario.
En Inglaterra, Guthrie analizaba la biología de las motoneuronas -un tipo de células del sistema nervioso cuya función es producir los estímulos que provocan la contracción de los diferentes grupos musculares del organismo, en este caso, de los ojos. Allí, la especialista en Neurociencia del Desarrollo se topó con un caso de estrabismo genético, algo muy atípico, ya que no se asociaba esta patología con un problema en el ADN.
Este trastorno era generado por una falla en el desarrollo del nervio oculomotor. Guthrie, que indirectamente ya trabajaba en este tema, se contactó con un grupo de genetistas ubicados en Boston, Estados Unidos, para conocer más sobre sus estudios en la mutación de este gen, conocido como alfa 2-Quimerina, y su participación en el desarrollo del nervio oculomotor. Así, la ciencia básica empezó a tender puentes con una posible investigación terapéutica para poder dar respuesta a una de las tantas Enfermedades Poco Frecuentes que hay en el mundo.
Ferrario, que participó en parte de este proyecto junto con la investigadora inglesa, plantea: “Si bien hoy es difícil pensar en una terapia génica que modifique ese déficit genético en un momento temprano del desarrollo de la persona, y uno puede decir que se trata de ciencia ficción, para mí es algo posible de concretar en un futuro cercano”.
Los estudios en cultivos celulares, un primer paso fundamental
Para llegar a siquiera pensar en tratamientos como el que plantea Ferrario, es necesario recorrer un largo camino de investigación y este proceso, en el laboratorio, inicia con estudios en cultivos celulares. La Dra. Rozenfeld, otra de las oradoras del simposio de la SAN, logró desarrollar dos modelos celulares de la enfermedad de Gaucher, un trastorno genético de los lisosomas (organelas que contienen enzimas hidrolíticas y proteolíticas que degradan material como bacterias o partes de la célula que ya no se necesita, tienen una membrana simple para contener las enzimas que si se liberasen, destruirían toda la célula).
“Actualmente hay una necesidad de mejorar nuestro conocimiento en los aspectos moleculares fisiopatogénicos de la enfermedad y, de esta forma, poder comprender mejor las alteraciones que sufren los pacientes. Los cultivos celulares sirven como medio para estudiar más aisladamente estos fenómenos biológicos. Así, podemos recurrir a líneas celulares de los tejidos blanco afectados en cada patología para que puedan ser editados genéticamente y, así, simular la enfermedad”, explica la especialista en bioquímica y genética.
Este estudio es posible gracias al hallazgo de dos científicas, recientemente galardonadas con el Premio Nobel de Química 2020. “La tecnología de edición génica que usamos se denomina CRISPR/CAS9 y nos permitió desarrollar dos modelos de Enfermedad de Gaucher (EG). El primero fue en líneas de monocitos, que permite estudiar cómo se afecta la principal célula afectada en EG, así como las alteraciones del hueso. Y, el segundo, en células del Sistema Nervioso Central, para poder entender el desarrollo de Parkinson en los pacientes”