¿Acaso está todo escrito y predeterminado en los genes? ¿O influyen, en el desarrollo de cualquier organismo, los factores y las interacciones con el contexto ambiental? La abundante y cada vez más sólida literatura científica respecto a este tema apunta a que las etapas tempranas del desarrollo constituyen períodos críticos, donde las influencias ambientales tienen un impacto aun mayor.
“Situaciones de carencia, abuso, negligencia o desnutrición, durante los primeros años de vida, están asociados al desarrollo tanto de enfermedades endócrinas como mentales en la adultez, y que pueden perdurar hasta la adultez. Tanto los ‘primeros mil días’ de un individuo como el período prenatal y la adolescencia constituyen períodos sensibles a exposiciones ambientales negativas”, alerta Bruno Berardino, doctor en Química Biológica.
Integrante del Departamento de Química Biológica en el Laboratorio de Neuroepigenética y Adversidades tempranas y docente del Departamento de Fisiología, Biología Molecular y Celular (en la UBA), Berardino explica que niños y niñas que se encuentren a condiciones socioeconómicas bajas “suelen presentar peores condiciones de salud al crecer que aquellas personas pertenecientes a estratos más altos”.
“El bajo nivel socioeconómico, como adversidad temprana, tiene un particular impacto sobre la salud mental, por ejemplo, en cuanto a la emoción y a la sociabilidad. De hecho, dos de los perfiles socioemocionales más comúnmente encontrados en niños y adolescentes expuestos a estresores son la ansiedad y la depresión”, agrega.
Buscando comprender las secuelas neurobiológicas y los mecanismos de riesgo de las adversidades tempranas, Berardino y su equipo de investigación se propusieron diseñar y validar un modelo murino multifactorial de carencia social y material (CSM). Dicho modelo implica el uso de ratones para sus estudios, como el que realizó el investigador y docente de la UBA y que fue presentado en el XXXVI Congreso de la SAN.
“El modelo que desarrollamos intenta simular las condiciones desfavorables a las que se ven frecuentemente expuestos madres e hijos de los sectores sociales más vulnerables, comprendiendo que esto es teóricamente inalcanzable debido a la vasta complejidad de esta problemática” aclara el investigador.
“Sin embargo, con este modelo quisimos comenzar a determinar los mecanismos moleculares responsables de las alteraciones socio-emotivas derivadas del modelo murino CSM, y, así, poder establecer factores biológicos, en particular, relacionados con la expresión de genes en el cerebro”, agrega.
El modelo incluyó estrés físico a las madres durante la gestación, reducción de la cantidad de viruta utilizada para la construcción del nido, separación materna de las crías durante la lactancia, destete temprano y exposición a un macho adulto dominante.
“Las madres del grupo CSM dispensaron un menor cuidado materno a sus crías, presentaron un mayor grado de negligencia y mayores niveles de conductas tipo-depresivas, por lo que el cuidado materno fue añadido como otro estresor al modelo”, analiza Berardino.
Las crías CSM, por su parte, presentaron una menor ganancia de peso y un retraso en el desarrollo físico y neurológico. “También mostraron una hipertrofia adrenal, lo que es un signo característico de exposición a estrés, y una reducción en el tamaño del cerebro. Y, con respecto a la regulación emocional, encontramos mayores niveles de dominancia social, tanto machos como hembras, y mayores niveles de agresividad en los machos”, profundiza.
Utilizando el modelo CSM, el equipo pudo realizar mediciones a nivel conductual y molecular en las crías, tanto durante su desarrollo como en la adolescencia, y validaron este modelo para ser utilizado en otros laboratorios que pretendan estudiar los efectos de varias adversidades sobre el desarrollo perinatal en roedores.
Una puerta de estudio sobre las adversidades tempranas
Cuenta Berardino que uno de los objetivos a futuro de este trabajo implica estudiar en detalle cuáles son los mecanismos epigenéticos que pueden estar siendo alterados por la exposición temprana a la serie de adversidades que propone el modelo CSM, y si estos mecanismos son los responsables de las diferencias en la expresión génica observada.
“También será interesante realizar experimentos para evaluar los efectos del modelo sobre siguientes generaciones de ratones y evaluar, así, posibles transmisiones inter y transgeneracionales”, explica el doctor en Química Biológica.
“Conocer las bases moleculares de los efectos de la adversidad temprana sobre la salud mental de los individuos puede colaborar en la identificación de biomarcadores que revelen mayor predisposición a ciertos desórdenes mentales y, con ello, al diseño de políticas de intervención durante ventanas temporales sensibles del desarrollo”, sostiene.
Para Berardino, además, la articulación entre ciencia básica y ciencia aplicada es indispensable para lograr que el sistema científico pueda aportar conclusiones basadas en la evidencia y, así, se diseñen políticas de intervención que tengan un impacto directo en la sociedad.
“Quizás, una forma de lograr una comunicación más fluida entre estos campos que hoy parecen inmiscibles sea plantear objetivos y proyectos que aborden una determinada problemática social, más que un reducido tipo de proceso biológico- argumenta el científico-, lo que implica la generación de grupos de trabajo integrados por profesionales de diversas áreas, así como la participación de otros actores sociales”.
Para el investigador, trabajar bajo esta metodología con un emergente social permitirá ir derivando líneas de investigación que apunten a descubrir nuevos mecanismos y procesos biológicos. “Es decir, intentar el abordaje desde arriba hacia abajo y no desde el estudio de pequeñas unidades lógicas que pretendan construir, de abajo hacia arriba, la compleja realidad de la vida”, concluye.